Con el título de ‘La idea del arte’ escribió hace casi una década, en 2014, el crítico Javier Maderuelo un texto introductorio a una exposición del mismo nombre en el Museo de Arte Moderno de Santander y Cantabria (MAS) con la copiosas y exhaustivas colecciones del Archivo Lafuente. Lo recuerdo bien porque, al fin y al cabo, lo que trascendió a raíz de esa afirmación y su desarrollo fue que detrás del arte, todo arte, tal como se entiende como tal –emancipado de todos sus corsés y rotas sus costuras decimonónicas–, se esconde una idea o, si lo prefiere, un concepto. La supuesta idea puede ser buena, mala o regular, con aire de revolucionarlo todo o condenada a quedar en nada. El razonamiento es muy sencillo y lo mismo nos da hablar de una pintura o de una instalación, de una ‘perfomance’, de un vídeo o de lo que queramos encubrir bajo el título de la noble o espuria palabra ‘arte’. Lo que vemos, apreciamos, en una obra acabada, embelesados por su belleza, cuestionados por su fealdad o su transgresión, es la punta del iceberg, la cima de una montaña ya escalada. Recurriendo a un símil cinematográfico, ‘The End’, la resolución de un conflicto intelectual, estético… Antes de llegar a este final de la trama, el artista habrá rellenado papeles, bocetos, plasmado esos pensamientos en servilletas, libretas, fotografías. , libros… Documentos de la más variada estirpe y delicadeza. Lo mismo que el músico desdibuja partituras o el poeta encadena versos con rima asonante o consonante. No hay otra: eres un concepto y te convertirás en un concepto. Y por ese aro pasaron Picasso, Warhol, Duchamp, los dadaístas, los surrealistas… Y todos los ‘istas’ que nos ha dado y nos dará este mundo. Hay documentos que valen un potosí y otros que se quedan en la basura. Está claro que el arte no es “morir de frío”, parafraseando aquella broma infantil que todos hemos jugado, sorteando diversas antipatías, en el patio del colegio.
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la idea del arte
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